Oración a Eva Perón
Señor: Ya van dos años y no parece cierto que esté segado el
trigo para el pan que fue nuestro, que el cauce de aquel río de limo esté
cubierto, que el rocío no tiemble sobre el hosco viñedo. Aquí estamos de nuevo,
como entonces, perplejos, y la sentimos viva, Señor, porque no ha muerto.
No pedimos por Ella:
a Ella le pedimos que siga acompañando con su amor infinito este pueblo que es
suyo como fue su destino, este pueblo que un día despertó con su grito, con su
alerta de octubre, su inicial desafío, y su amor de muchacha que fue espiga y
fue lirio.
Ahora es como un
sueño que se sueña y se vive, que llega con la espuma y en la roca persiste,
que suena en las campanadas y el silencio preside, porque en el mediodía y en
la tarde sin límites su nombre va diciendo plegarias y clarines.
Clara muchacha
nuestra, presente para siempre en nuestra vida diaria, brotando en todo rayo y
en toda niebla opaca, en la palabra buena o la sangre derramada, en el llanto
de ayer o en la risa de mañana, en la estrella que cae como una flor dormida
sobre el campo sembrado de estrellas florecidas y en los fuegos que elevan sus
alas amarillas quemándose hasta el fin como una antorcha viva, brazo y espada a
un tiempo, tormenta y llamarada, la más alta bandera y al par la Abanderada.
Nunca estaremos solos. Señor: está la Amiga.
De pie para quererla,
como Ella nos quería. De pie, también, seguiremos al que fue luz y faro en sus
días y en nuestro milagro cotidiano.
La vemos con los ojos
abiertos o cerrados, la guardamos, Señor, como un huerto sellado, su mirada en
la nuestra, su ternura en las manos. Y le damos las gracias por continuar al
lado de este pueblo que reza con su nombre en los labios.

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